6 días, 5 noches, 4 ciudades y más de 700 kilómetros recorridos
6 días, 5 noches, 4 ciudades y más de 700 kilómetros recorridos en autovías y carreteras nacionales, siempre pavimentadas y con frecuentes paradas por controles policiales en nuestra ruta para conocer las principales ciudades del norte de Marruecos a excepción de Tánger. Rabat, Fez, Ketama, ChefChaouen y de nuevo Rabat fueron los puntos clave seleccionados para nuestro recorrido. Nuestro primer contacto local fue un policía, el hermano de nuestro peluquero de confianza en nuestro lugar de residencia, quien nos aportó una gran confianza y seguridad, tras recibirnos en el aeropuerto, regalarnos las tarjetas SIM tan necesarias, ayudarnos a alquilar por 150€ un coche nuevo para toda nuestra estancia, invitarnos a nuestra primera comida magrebí y presentarnos a su pequeña hija de 3 años. Con este buen sabor de boca comenzó nuestro viaje.
Rabat, la capital modernizada: llegada el 12 de marzo.
Tras aterrizar en un aeropuerto rodeado de naturaleza que poco tiene que ver con las grandes y asfaltadas áreas del Prat o Barajas, llegamos a Salé, ciudad donde se ubica el aeropuerto, colindante a Rabat, la capital. El canto de la oración musulmana nos recibía saludando desde los minaretes, algo curioso para unos europeos de la zona rural poco acostumbrados a escuchar cantos religiosos. Nuestra ruta comenzó en Rabat, asimilando nuestra llegada en la costa, concretamente en el rompeolas de la ciudad, situado justo enfrente del impresionante campo santo que yace en orientación a la puesta de sol y al océano Atlántico. La Gran Terrasse de Rabat fue un sitio tranquilo fuera de la Kasba y del Quartier Andalusí, como así nos lo presentaron, para reposar nuestra primera cena y observar las luces de la ciudad.
Rabat, murallas de la kasba
Una noche de calima muy tranquila para pasear por un zoco dormido, con sus puertas cerradas mostrando todo su esplendor artístico en sus decoraciones talladas en madera. Toldos, mosaicos y ornamentaciones dignas de admirar con figuras geométricas muy detalladas. A diferencia del gentío que abarrota el zoco durante la jornada diurna, de noche estaba tremendamente silencioso, solo con algunos ancianos reunidos en círculo con sus taburetes de madera jugando a las damas y fumando hachís en su tradicional pipa. Los barrenderos paseaban por las calles haciendo uso de largas hojas de palmera como herramienta principal de su trabajo. Tours nocturnos como éste suelen valer mucho la pena para respirar la pura esencia nocturna de un territorio.
Por el día la muchedumbre abarrotaba el zoco, igual que las abejas rodeando las vitrinas llenas de dulces con frutos secos y miel, y se refugiaban en las sombras de una bien conservada Kasba (zona centro y antigua ciudad). Daba gusto ver lo bien conservadas que estaban todos los elementos que conforman estas edificaciones. En las callejuelas del zoco algunos puestos disponían de cabeza de vaca para hacerte un extravagante kebab muy sabroso, aunque los más típicos y suculentos nos parecieron los de carne picada o viande haché (en francés), como ellos la llaman. Mientras paseábamos conocimos a Abdul, una persona que nos enseñó los rincones del casco antiguo y nos invitó a tomar té en su propia casa. Todo ello a ojos de su padre, un anciano que nos observó atentamente por un instante y dejó a su hijo, un adulto de entrada edad, realizar su encuentro con nosotros. Bebimos un té verde con menta y azúcar muy energético y decidimos continuar con él en una ruta por los alrededores y comiendo pescado típico al lado de la costa, en la parte alta de Rabat, al lado de pisos sin acabar de construir y tendedores improvisados en primera línea y algún burro. Esta aventura nos acabó costando algún dírham (moneda marroquí), más de lo imaginado por el desconocimiento del cambio y por no haber acodado un precio inicial (algo aconsejable en ciertos casos cuando la diferencia económica entre los países es tan grande que cualquier ingreso extra es una fortuna para los locales). Pagamos la novatada. Rabat, desde una perspectiva general podemos afirmar que es sin duda una ciudad moderna, limpia, con muchísimo movimiento y acogedora por la historia que se esconde en sus rincones.
La vieja capital, Fez: 14 de marzo.
Tras dos noches en la capital, emprendimos la marcha hacia Fez y nos desviamos en una parada que acabó resultando obligatoria para ver la ciudad romana de Volubilis. Un espectáculo histórico en medio de una inmensa llanura. Una enorme ciudad romana que conservaba mosaicos originales de hace más de 2000 años, un sistema de canalización y alcantarillado digno de admiración, un arco de triunfo monumental, termas, dinteles, etc… Puros ejemplos de la inteligencia romana. Continuamos el viaje por autovías en las que cruzaba gente y animales, por carreteras nacionales entre campos de judías donde niños montados en animales de carga se quedaban asombrados al ver nuestro reluciente coche de alquiler. Estábamos en la zona rural de Marruecos y el contraste con la ciudad era notable, camionetas llenas de gente hasta el techo para aprovechar al máximo el transporte en esta zona donde los vehículos escasean y el combustible es un bien muy preciado. Finalmente llegamos a Fez, antigua capital del país y centro cultural y religioso.
Volubilis, arco del triunfo
Nuestra llegada fue nocturna y nos dirigimos con dificultad entremedio de estrechos callejones hacia nuestro albergue o hostel, ubicado en la Medina, invadidos por una nube que hedía a neumático quemado. La impresión a la mañana siguiente distó en gran medida de la sensación caótica de la llegada. Un guía local recomendado por el recepcionista del albergue (que nos costó alrededor de 10€ por persona con desayuno incluido aquí, y en prácticamente todos nuestros alojamiento de nuestro viaje) nos llevó por sinuosos y sombríos callejones que desembocaban en grandes y abarrotados mercados de especias, comida y ropa donde nos movíamos gracias a su conocimiento del terreno como la brisa que agitaba suavemente entre las telas de los toldos de los puestos. Terminamos el recorrido con la gratuita a la industria artesanal e histórica del cuero, que desprendía un olor muy potente que intentaron aliviar con un ramillete de hierbabuena.
Tras comer, proseguimos rumbo hacia el Valle del Rif, lugar aún más al norte de donde nos encontrábamos. Tras asimilar ya que cualquiera quería colaborar contigo porque sabía que este trabajo le sería muy bien remunerado, nos concienciamos de que había que gestionar cada trato previamente. Recorrimos en nuestro trayecto carreteras nacionales repletas de controles policiales cada escasos kilómetros. Unos señores que parecían del siglo pasado por las largas chaquetas grises y los sombreros que portaban, y que no significaban ninguna molestia para unos europeos que venían a mover el turismo de su país, uno de los motores actuales de su economía.
Ketama-Issaguen, el núcleo del valle del Rif: 15 de marzo.
Al anochecer llegamos a un lugar mágico donde las historias que habíamos escuchados cobraron vida. Era la parte más recóndita y más rural de toda nuestra ruta, y por lo tanto la que se mantenía más auténtica a su identidad.
Atardecer en la carretera entre Fez y Ketama
Nos recibió en el pueblo de Issaguen, más conocido como Ketama; Hassan, el hijo de una modesta familia que poseía una pequeña parcela de tierra bordeando su casa y alguna más, que podían cultivar de manera relativamente autónoma ya que en este área agraria toda la población trabaja para los terratenientes (“patrones”) y tener un pedazo de tierra significaba una gran dosis de libertad. Este joven había encontrado además, una nueva forma de generar ingresos para su familia gracias a las nuevas tecnologías y en concreto a la plataforma booking a través de la cual habíamos formalizado nuestra reserva. Nos comunicábamos en francés con su padre que llevaba la voz cantante, y mezclaba también alguna palabra en español e italiano, con Hassan hablábamos en inglés, con algo de dificultad debido su desconocimiento de la lengua. A la madre de la familia no la vimos en ningún momento en nuestra estancia de esa noche y la mañana siguiente en Ketama.
Los locales en su gran mayoría se dedican a labores domésticas, a la construcción de nuevas obras para sus vecinos y a las diferentes labores que giran en torno al cultivo del cannabis, para producir el famoso “chocolate” que exportan desde hace décadas a todo el mundo, un trabajo que es transversal en esta sociedad rural y se ha transferido de generación en generación. A día de hoy, Marruecos está promoviendo un proceso de legalización de estas explotaciones agrarias extensivas y sostenibles que forman parte de la historia del valle del Rif como forma de subsistencia. Nos explicaron multitud de historias que giraban en torno a esta tradición y visitamos las abruptas zonas de cultivo junto a Hassan, mientras de fondo escuchábamos el sonido de los tambores de Ketama.
La familia que nos acogió vivía en una casa de ladrillo sin terminar, con el suelo de tierra, con una caldera de metal en el centro del hogar para calentar la estancia principal, con los muros de dentro y fuera sin lavar, unas escaleras de hormigón que no contaban con barandillas y que comunicaban la estancia principal con la soleada y peligrosa azotea llena de reas en punta por donde correteaba la pequeña de la casa, una niña de unos 6 años muy astuta y avispada, sin vergüenza alguna, con unos ojos negros azabache inolvidables que iba siempre detrás de su padre o de su hermano reclamando la atención de todos. Pernoctamos en la habitación de invitados rodeada por sofás con una mesa en medio donde desayunamos y comimos platos típicos preparados por la madre. La comida de despedida comenzó con la compra de la carne necesaria por nuestra aparte en el mercado local, un detalle por la acogida recibida. Comimos con Hassan, todos con las manos del típico Tajin, un plato cocinado en una curiosa tartera de barro con tapa colocada al fuego. El Tajín contiene un guiso de carnes y verduras con muchísimo sabor, toda una delicia local.
Sin duda alguna en Ketama, donde el asfalto sólo ocupa algunos tramos de la carretera principal y donde todo lo demás son caminos de tierra que ascienden hasta las casas de sus habitantes, y más concretamente en la casa de Hassan y su familia, fue donde más a gusto estuvimos y donde nos trataron de forma más cercana de todos nuestros hospedajes. Aunque pudiera no parecerlo por la pobreza y las necesidades básicas existentes en el lugar, todos estuvimos convencidos de que en ese lugar habíamos conocido a los mejores anfitriones y a buenas personas, de las que nos despedimos emocionados y continuamos hacia nuestro próximo destino: ChefChaouen.
El idílico pueblo azul, Chefchaouen: 16 de marzo.
Despertamos en un cómodo hotel de la ciudad, cargando energías con un almuerzo típico en la terraza con miel, té verde, queso, olivas y varios dulces. Nos decidimos a pasear por el denominado “pueblo azul
donde fachadas, paredes e incluso el suelo estaban pintados de color azul celeste. Un lugar diferente a los demás, con poca muchedumbre y donde comprar sin regatear demasiado los deseados recuerdos del lugar, tales como chilabas, especias, comida o artículos de cuero. También disfrutamos de nuestros últimos platos típicos como la kefta (plato tradicional con carne picada especiada, con mucho sabor y acompañada del típico pan marroquí). ·En definitiva, un ambiente muy tranquilo, relajado e idílico para cualquier turista al que le pueda agobiar una activación total de los sentido y una razonamiento constante como fue necesario en los otros lugares, que tanto nos gusta como viajeros que deseando conocer los entresijos de una sociedad, sus diferentes lugares y que finalmente tanto reconforta al espíritu. Al comienzo de la tarde regresamos a Rabat donde a la noche, despegaría nuetro avión de vuelta a España.
Regreso a España: 17 de marzo.
Nos dio tiempo a pasar por el zoco y recoger nuestro último kebab por 1,5€ en pan de pita de Viande Haché, para aliviar el hambre de nuestros estómagos antes de dirigirnos al aeropuerto para devolver el coche de alquiler, respirar el último aliento africano y esperar a nuestro embarque.
Fue un viaje de 6 días, 5 noches, 4 ciudades, más de 700 kilómetros recorridos, muchas horas de conversación, millones de estímulos, un espacio y unos tiempos diferentes a los que estamos acostumbrados a tratar. Una experiencia de inmersión en una cultura diferente en muchos aspectos y muy semejante en otros tantos. Relaciones personales muy humanas y un trueque constante causa de las notorias diferencias económicas. Una experimentación con uno mismo, con todos y cada uno de los encuentros en el camino que exige estar al 200% con uno mismo, reflexionar y avanzar en los siguientes pasos de la aventuras. Eso es viajar para mí, amor, consciencia y profundidad. Huir de lo establecido para reencontrarse en el caos, descubrir y reconocer ambientes y personas. Días de mucha vibración para el alma, como en cada viaje, en cada vivencia fuera de tu zona de confort que aportan una dosis vital de transformación y son puro alimento para el espíritu universal de cualquier viajero consciente. Respirando essential roots de verdad…